The Spanish Traveler en Marruecos
The Spanish Traveler recorre este emocionante país y sus principales ciudades. Marruecos es un país soberano situado en el Magreb, al norte de África, con costas en el océano Atlántico y el mar Mediterráneo. Se independizó de Francia y de España el 25 de marzo de 1956. Se encuentra separado del continente europeo por el estrecho de Gibraltar. Limita con Argelia al este —la frontera se encuentra cerrada desde 1994—, al sur con la República Árabe Saharaui Democrática, al norte con España, su principal socio comercial con el que comparte tanto fronteras marítimas como terrestres.
Marruecos un lugar mágico, como salido de un cuento. Si te dejas llevar, te das cuenta de que cada rincón tiene algo especial, desde los colores de las medinas hasta los aromas de sus especias.
¿Por dónde empezar?
Marruecos tiene de todo: montañas, desierto, playas y ciudades llenas de vida. Marrakech, por ejemplo, es un espectáculo. Te pierdes en su medina y no importa, porque cada callejón tiene algo que te atrapa: un zoco con lámparas brillantes, una tienda de especias o algún local que te invita a regatear con una sonrisa. Y Jemaa el-Fnaa… ¡qué locura! Desde encantadores de serpientes hasta músicos callejeros, no paras de sorprenderte.
Luego está Chefchaouen, el famoso pueblo azul. Todo pintado como un cielo despejado, con esa tranquilidad que casi te obliga a relajarte. Es un lugar para caminar sin prisa, comprar artesanías y disfrutar del paisaje de las montañas del Rif.
Si quieres algo más tradicional, vete a Fez, que es como un viaje en el tiempo. La medina de Fez el-Bali es un laberinto que parece nunca acabar, con sus curtidores trabajando el cuero a la manera antigua. Es caos, pero un caos hermoso.
Y si hablamos de paisajes, no puedes perderte el Sahara. Montarte en camello y ver las dunas de Erg Chebbi al atardecer es una experiencia que te deja sin palabras. Luego, dormir bajo las estrellas en un campamento bereber… eso no tiene precio.
¿Y qué se come?
¡Ay, la comida! Comer en Marruecos es como darle un abrazo a tu estómago. El tajín es el rey aquí, y hay para todos los gustos: pollo con limón, cordero con ciruelas o verduras si prefieres algo vegetariano. Pero si hablamos de tradición, el cuscús del viernes es obligatorio. Es como la comida de la abuela, hecha con amor, especias y paciencia.
No te pierdas la harira, una sopa deliciosa que te calienta hasta el alma, especialmente si la pruebas durante el Ramadán. Y si tienes antojo de algo dulce, la pastilla es una joya: una especie de hojaldre relleno de pollo con canela y azúcar glas. Dulce y salado en equilibrio perfecto.
Ah, y no olvides el té a la menta. Aquí es más que una bebida, es un ritual. Te lo sirven con tanta ceremonia que no puedes decir que no. Es dulce, fresco y siempre viene con una buena conversación.
La gente y la cultura
Los marroquíes son súper hospitalarios. Llegas como turista y te vas sintiéndote amigo de medio mundo. Siempre hay alguien dispuesto a ofrecerte un té o a ayudarte si te pierdes en la medina, lo cual, créeme, pasa.
La música es otra cosa que te atrapa. Desde los ritmos gnawa, con su toque espiritual, hasta la música bereber que parece conectar con la tierra. Y si tienes suerte, puedes coincidir con algún festival, como el de Fez, que celebra la música sufí y te deja el corazón lleno.
En cuanto a las tradiciones, todo está impregnado por el islam, pero también hay una mezcla fascinante de influencias bereberes y europeas. Los riads, con sus patios decorados con mosaicos, son un reflejo de esa mezcla. Son oasis de calma en medio del bullicio de las ciudades.
En resumen, Marruecos es un país que lo tiene todo: paisajes increíbles, comida para chuparse los dedos, y una cultura que te envuelve y no te deja ir. Si todavía no lo has visitado, ¡ya estás tardando!